miércoles, 4 de diciembre de 2013

“Arte en el Valle del Cauca”. EDITORA LUZ STELLA RESTREPO. PRÓLOGO por ARMANDO BARONA MESA

.
.
PRÓLOGO

                                                                                   
                                                                    ARMANDO BARONA MESA


Esta joya que usted, amable lector –o veedor si se quiere-, tiene en sus manos, es portadora de una doble fortuna: en primer lugar la han seleccionado las manos y la sensibilidad de una mujer, Luz Stella Restrepo, de muy hondos conocimientos en materia de arte en un trasegar de más de veinticinco años, pintora ella misma y participante muy valiosa en esta compilación; y en segundo término porque por ella van desfilando, como en una exposición inmemorial, cuarenta artistas de nuestra región, unos jóvenes, otros no tanto, portando sobre sus hombros el deber de mantener la llama y el compromiso de impedir que se extinga el arte en medio de una vida social tan inquietante y sobresaltada como la que nos ha sido deparada por la suerte.

Aquí está ese desfile esperanzador llevado por la clara conducción de Luz Stella,  en un derroche de color y espacios, salidos de ese espacio inconmensurable que es el universo, raíz y fin de todo. Lindo destino.

Son cuarenta artistas, pintores y escultores, que divagan por las diferentes manifestaciones del arte plástico en todos los estilos. No hay en ellos una temporalidad,  ni están puestos de acuerdo en una escuela ni en ninguna otra cosa. No, ellos avanzan en su llamado interior y navegan, bien por los terrenos del figurativismo, o del abstracto, del realismo o el surrealismo, con el afán de quien siente en su interior una misión, casi divina, de crear belleza o sentimiento que produzca bien un sacudimiento, o una sensación solaz en medio de las diarias congojas de la vida. Y lo hacen con ideas nuevas –en el arte nada es repetible, como que no hay dos crepúsculos iguales en todos los siglos de la naturaleza-, con concepciones audaces, visualizando en colores recónditos que crea la magia, una fuga colorativa del contraste en ese tema inagotable donde todos, sin excepción, han buscado horizontes.  

Desde luego en el desfile no están todos los pintores y escultores que ha dado esta tierra y los que han conquistado el reconocimiento público. Aquellos maestros, en su mayor parte, no figuran en esta obra por  motivos que no buscan el desconocimiento de sus méritos; pero el abanico se abre con figuras que vienen demostrando su virtuosismo con sus obras, reclinadas ordinariamente en el claustro silencioso de los talleres. Empero, una mirada escrutadora, como la que ahora se brinda en este libro, los destaca al primer lugar y demuestra cómo el río de Heráclito continúa su marcha incesante, con nuevas concepciones y talentos frescos, independientemente de las edades de cada cual.

El arte está imbricado todo en una misma necesidad consubstancial del ser humano. Suelo decir que, por ejemplo, el hombre, para poder danzar –una necesidad superior- tuvo que inventar la música. Nada menos. Y así como creó en todas las civilizaciones el vino que lo sustraía de su diaria miseria, también buscó las formas idealizadas de sí mismo en la escultura, o en la pintura que dejó en el descubrimiento de su propio hogar en la caverna.

En realidad todo en la vida del ser humano, incluida su parte negativa de la guerra, la esclavitud y la crueldad, ha sido un ascenso constante. Una superación que permite afirmar rotundamente que, en contrario de lo que soñaba el poeta lejano don Jorge Manrique en el conocido poema a la muerte de su padre, todo tiempo presente –el futuro también lo será- es mejor que el anterior. Ese es el fruto de la inteligencia humana, cuyo destino final aun no podemos calcular. No nos es posible visualizar los adelantos que vendrán en el inmediato futuro, veinte años más tarde, no obstante que los elementos del modernismo actual nos estremecen.

Hay una verdad por decir –si es que en el pasado no se dijo-: el hombre tiene un destino superior a su propio destino. O como lo expresara Protágoras en la antigua Grecia, “El hombre es la medida de todas las cosas”. Ello obedece a un punto nervioso de insatisfacción. Nunca estará satisfecho con nada de lo que antes conquistaba su brazo y ahora su cerebro.

Y es esa insatisfacción, que le impide a veces conocer la felicidad,  precisamente el gran motor que le ha enseñoreado, a pesar de las etapas del dolor, como el gran actor de lo que conocemos del universo.

En el campo del arte tampoco el hombre se siente satisfecho. Ama el arte, colecciona el arte y no puede vivir sin él. Aun en épocas nefandas como la del nazismo, el arte estuvo allí a flor de piel y de labios. Los nazis coleccionaron en latrocinio las grandes expresiones pictóricas. Y si bien los bárbaros destruyeron hermosas ciudades y monumentos, los que llegaron después de la barbarie  reconstruyeron las devastaciones y las tornaron tan bellas como habían sido antes. Varsovia es un gran ejemplo.

         Cuántas veces, en todas las épocas de la historia, el hombre conquistó la perfección del arte en la pintura, en la escultura, en la arquitectura, en la música, en la orfebrería y aun en las artesanías, sin quedar satisfecho. Pero cuando alcanzó esa perfección, como en el mito de Sísifo, tan exaltado por Albert Camus, tuvo que volver a comenzar su búsqueda insatisfecha. Subir la roca a la cima, para que volviera a caer en la sima. De ahí que cuando en pintura llegamos a una perfección con Rafael o Miguel Ángel, Leonardo, Boticelli o cualquiera de los grandes pinceles renacentistas, entraron nuevas formas que abominaron lo anterior, adoptando otras temáticas que establecían las cambiantes expresiones de la belleza. Y así se precipitaron por el impresionismo y luego por el expresionismo y el cubismo, para caer en un movimiento nihilista en todos los campos del arte de repudio a todo, hasta la razón, y de una rebeldía inacabada que fue  el dadaísmo, luego vendría el surrealismo y el abstraccionismo.  Y, por supuesto, no hemos acabado ni acabaremos jamás.

En una oportunidad estaba en el museo Pompidou de París, el más moderno entonces. Había una retrospectiva de Joan Miró. Fascinante y larga. De pronto en el curso de la misma, apareció un aviso que declaraba que Miró en ese momento cronológico de su vida había abominado de la pintura. Nada quería volver a saber de ella. Él, el mejor pintor de ese momento. Mas a partir de allí volvían a aparecer unos cuadros, igualmente fascinantes, con palotes de colores y cometas casi infantiles. Pero con el toque del genio en cada simple pincelada.

De manera que en cuestión de arte todo es respetable, hasta la performance o el grafitti. Y naturalmente, no obstante un cierto degenere en la concepción transitoria del arte, el talento siempre volverá a retomar su lugar.

En “Arte en el Valle del Cauca”, para no citar sino al azar a unos pocos, uno puede deleitarse, con las formas realistas, a veces minimalistas de Rosa Arboleda. O de pronto se encuentra con un cuadro impresionante, óleo sobre lienzo de Sergio Arce, de un Cristo crucificado en un espacio sin tiempo, abrupto entre unas sombras de contrastes subjetivos, sin conformación humana, que no hacen falta, destacándose su cuerpo como una Y, colgante de un vacío no por los clavos, sino por los pensamientos aun estremecidos de los observadores.

Myriam Bermúdez presenta unas esculturas figurativas, vanguardistas, de una gran belleza plástica y audaces espacios con mucha fuerza y fijación. David Borrero propone un rostro impactante y unas figuras abstractas que se refunden en la tierra como raíces de árboles, y que no son más que sujetos anclados en sí mismos. Hay un surrealismo que trasciende las formas conformistas para dar fuerza a la idea.

María Fernanda Cuartas es una joven pintora que explora unas figuras que solo son siluetas, entendiendo que los rostros y los gestos pueden desaparecer sin perder su identidad y sin que se pierda  el mensaje que transmiten. Hay una belleza elemental, casi diría minimalista, pero vigorosa y atractiva. Impresiona por su virtuosismo el cuadro de Anna Frank, aquella adolescente judía de la buhardilla que escribía sus notas de abandono perdidas en la desesperanza.

Caty Cucalón, otra artista joven, vanguardista, subrealista, figurativa, rebelde        –como debe ser-, que busca en el abstracto un pensamiento inconformista, sacrificando la belleza del impacto al regocijo de una idea que, igualmente por rebeldía, no se deja coger entre las luces inteligibles de ella misma. Medardo Fernández trasluce la figura difuminada en líneas abstractas, o simplemente un rostro que levanta su imagen en una urdimbre de líneas y colores que divagan en el conjunto surrealista.

Rodrigo Galinos, otro joven pintor, deja al descubierto un espíritu sacramental que ubica en la quietud de los elementos y colores. Todo debe girar en una paz que para él solo procede del espíritu. La belleza de un mundo ciertamente irreal pero que alcanza la idealización. Elcy Herrera, meritoria artista de conocida trayectoria, convierte el paisaje natural, de elementos y luces, en planos recostados en la geometría, bajo un impulso cromático de gran belleza.   

Carmen Elisa Jiménez es igualmente una escultora reconocida que en su búsqueda se encuentra con seres redondeados, sin rostros ni color –predomina el negro- que pueden transmitir bien el sentimiento erótico o la soledad de un caracol.  La también escultora, Adriana Kamle con su impecable trabajo a la cera perdida hace recordar un poco algunas esculturas de Degas –La Bailarina-, sobre todo mujer con silla y diálogos íntimos No. 2. En época donde la escultura pareciera que se eclipsa por los impactos vanguardistas, estas obras de una gran recuperación clasicista devuelven el brillo perdido.

 Ah, todo es esplendor en la pintura de Luz Stella Restrepo, sacando brillo y luz de objetos inanimados que se proyectan, como en un cuadro onírico e irreal, en el espejo   de la fantasía.

Son cuarenta artistas, todos llenos de virtud. Lamentablemente el espacio no me alcanzó sino para resaltar a unos pocos, siendo así que todos los demás merecen el comentario y el aplauso. Pero aquí están, en el contenido de este libro lujoso por su belleza, y lleno de luz por el talento de sus artistas.
.

               























No hay comentarios:

Publicar un comentario